El Mártir


Las luces del techo iluminaban el recinto. Su cuerpo, desnudo, mutilado, sin vida, irradiaba el poco calor que aún conservaba. Sus ojos, abiertos, negros y grandes, transmitían una sensación de serenidad, de paz, de ansiado descanso tras todo lo padecido. Su rostro, en cambio, permanecía hinchado y amordazado. A su alrededor, aquellos hombres contemplaban el cadáver. Satisfechos tras el hecho consumado, sonrientes, sádicos, ávidos de él, observaban el cuerpo con fijeza. Aquél mártir había sido su víctima. Algunos parecían no haber terminado de saciarse. Otros, en cambio, sostenían que ya era suficiente, que, de continuar, las consecuencias serían aún más graves. Aquél comentario hizo dudar a los primeros. Tras unos instantes, uno de ellos, decidido, tomó el cuchillo y se abalanzó hacia el cuerpo. Hendió la hoja en él, y escuchó con placer el crujido que provino de sus entrañas. No podía evitarlo, le resultaba imposible evadir sus instintos, y más aquella noche. Aquel cerdo estaba exquisito.

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